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Aspirador Nasal

Cuando yo era niño, a menudo observaba la jeringuilla barrigona que había en la mesa de noche al lado de mi cuna. Irónicamente, una de las razones de mi fascinación era que se parecía al chupete, que sí me gustaba mucho; pero le temía al momento en que usarían la “jeringuilla”. Mis padres consideraban que era su deber aspirarme las secreciones nasales de vez en cuando, y las desechaban con alivio y orgullo mientras yo recobraba la respiración. ¡Detestaba que me pusieran aquella cosa en la nariz! Lo peor era cuando me echaban agua salina en las fosas nasales para suavizar el moco antes de aspirarlo. Hasta el día de hoy me acuerdo del mal sabor. Cuando era un poco más grande, ideé una táctica de resistencia constante, hasta que mis padres finalmente se dieron por vencidos.

¿Quién habrá inventado esas jeringuillas diabólicas? Las secreciones nasales ocurren de forma natural y aumentan en respuesta a las irritaciones virales. La mayor parte del moco se secreta en la parte posterior de la nariz y pasa al estómago, a no ser que se fuerce a subir y se escupa. Lo que sale por la nariz es solo una mínima parte.

Los aspiradores nasales son inútiles aunque Lucy tenga un catarro avanzado. En primera, los niños los detestan y en segunda, su uso podría compararse a vaciar una piscina con una cuchara. Uno aspira un poco de moco y a los diez minutos hay que hacerlo otra vez. Peor aún, el aspirador a veces hace daño en las membranas nasales.

La eficacia de las gotas nasales salinas es igualmente dudosa. Empujan las secreciones hacia el interior de las vías respiratorias, provocando un mayor borboteo. La intención de uno es ayudar al niño; pero en este caso la mejor ayuda es no hacer nada. Un bebé mocoso es bello también.


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