Majadería Para Comer
Usted estaba muy contenta porque Jimmy tenía un excelente apetito. Devoraba todo lo que le diera: mariscos, sopa de verduras, guiso de carne y hasta aguacate. Sin embargo, cuando cumplió quince meses, sus hábitos alimenticios cambiaron inesperadamente. Un día de buenas a primeras, en vez de devorarse el almuerzo como de costumbre, miró el plato un momento y tiró todo al piso y no cambió de opinión por mucho que le rogó. Usted probó la comida para cerciorarse de que no estaba echada a perder y comió un poco haciendo exclamaciones de satisfacción, para darle a entender a Jimmy que le gustaba y que a él le gustaría también si la probaba. Intentó darle otras comidas, sin ningún resultado. A Jimmy le parecía todo muy divertido.
Ahora lo único que quiere es pasta sin ninguna salsa, croquetas de papa, pizza y perro caliente y solo si se lo sirve frente al televisor viendo su programa preferido, sujeto a una minuciosa inspección por si hay alguna verdura escondida. ¿Qué le pasó a Jimmy de pronto?
¡Bienvenida a la fase de afirmación del desarrollo, cuando los niños se dan cuenta de que existen alternativas! Tratan de demostrar su individualidad ejerciendo su derecho a elegir y, por ende, limitando las opciones de los padres. Esos actos de afirmación se manifiestan de diversas formas. Por ejemplo, trate de ponerle a Jimmy una chaqueta del color “equivocado” y podría terminar enfrascada en una verdadera batalla: desde su perspectiva de dos pies de alto, la chaqueta “correcta” es la roja.
El descubrimiento de una amplia gama de opciones va de la mano del deseo de experimentar sensaciones agradables (por ejemplo, las que produce comer helado) y evitar las que considere desagradables (comer espinacas). Antes de esta fase Jimmy no tenía mucho sentido crítico de los sabores, ni se daba cuenta de que podía recibir algo probablemente “mejor” si se quejaba un poco. Comía más o menos todo lo que se le pusiera delante. Lamentablemente, esa actitud desenfadada dura poco. La mayoría de los niños menores de dos años empiezan a hacerle mueca a los mismos alimentos que antes se comían contentos y sin quejarse.
Esa actitud no es necesariamente un reflejo de convicciones firmes y duraderas. Sus decisiones día a día a menudo están determinadas por nociones temporales y arbitrarias, por ejemplo, del color y la textura, que pueden cambiar de un momento a otro. No obstante, a veces los niños pequeños son más razonables de lo que parecen; en un momento le explico, pero primero hagámosle a Jimmy esta pregunta: “¿por qué diablos habrías de rechazar esta comida perfectamente balanceada y nutritiva que tu mamá te hizo con amor y devoción?”.
“Quiero algo más dulce.”
Jimmy ahora tienen ciertas preferencias y los dulces son los primeros de la lista. La propensión a comer dulces se crea a una temprana edad: no sé cuántos niños de meses no pedirían más si les ofrecen un poco de helado. Eso no significa que el deseo insaciable de comer dulces es algo escrito en piedra. He observado que si los padres son medidos con el azúcar desde el principio, sus hijos tienen menos interés en lo dulce cuando son más grandes.
Entre los nuevos alimentos predilectos de Jimmy están los azúcares, tanto de digestión “rápida” como “lenta”. Los azúcares de digestión “rápida” (o azúcares “simples”) son un componente fundamental de los jugos, las frutas y de cualquier alimento que contenga azúcares procesados. El término “rápido” se refiere al rápido metabolismo; no tiene nada que ver con la velocidad con que se ingieren. Los azúcares “lentos” (o “complejos”) son el componente principal de la pasta, el pan, el arroz, la papa y los cereales. (Se digieren más lentamente que los azúcares simples.) De ahí se deriva la predilección de Jimmy por los “alimentos blancos”. Rechaza algunos alimentos, por ejemplo, el brócoli, no porque no le gusten sino porque no los encuentra dulces.
“¿Qué más hay?”
Jimmy probará esta estrategia con el objetivo de averiguar si usted está dispuesta a darle algo más sabroso cuando él aparta la comida.
“Es demasiado verde.”
El color juega un papel importante en el rechazo de los alimentos. Nuestras pequeñas criaturas por lo general encuentran el verde poco apetitoso y escupen sin ninguna pena las verduras ricas en hierro, como la espinaca, el brócoli y las habichuelas verdes. Algunas veces la hora de la comida le recordará una sangrienta escena de su película de terror favorita cuando era adolescente.
“Demasiado blando.”
La textura de los alimentos también puede provocar rechazo. Aunque no existen reglas generales en este caso, la mayoría de los niños prefieren los alimentos crujientes.
“¿Y qué pasa si no como?”
A lo mejor a veces Jimmy cierra la boca herméticamente para probar fuerzas si trata de darle tomate, solo para ver cuál será su reacción. Si hay algo que le gusta de verdad es verla jugar al avión.
“Demasiada presión.”
Jimmy pudiera percibir como presión su interés repentino en su alimentación. La presión puede ser lo mismo una amable sugerencia que una insistencia obvia. Hasta sus eufóricos halagos cuando limpia el plato pudieran convertir la comida en una actuación de la cual él debe salir triunfante. Los padres a quienes los presionaron de niños para que comieran suelen ponerse más ansiosos cuando sus hijos rechazan la comida, lo cual a su vez, aumenta la presión.
Para el desayuno, el almuerzo y la comida, trate de darle la misma comida que usted come.
No hay necesidad de analizar el contenido de las comidas como si fuera un científico. Con sentido común y una dieta variada estarán satisfechas sus necesidades nutricionales. En general, una comida debe ser una combinación balanceada de diferentes grupos de alimentos: una fuente de proteína, tal como carne, pescado, tofu o huevo; una fécula, por ejemplo, pasta, arroz o cereal y algunas frutas o verduras. De tomar sírvale agua; el agua es perfectamente aceptable y no mancha. Sirva los alimentos uno por uno, en el orden que usted prefiera, en vez de todos a la misma vez.
Siéntese relajadamente y disfrute verlo comer o mejor aún, coma junto con él. La hora de comer no es solo para alimentarse, sino también una oportunidad de estrechar los lazos familiares. Deje que Jimmy coma solo. Comerá lo que necesite. Pudiera ser nada, la mitad o toda la comida, ¡a lo mejor hasta repite!
Si no come nada, simplemente retire su plato, sáquelo de la silla y pase a la siguiente actividad. Es muy fácil cuando tira toda la comida. Si se come la mitad, haga lo mismo.
Si deja limpio el plato, anótese un punto, pero no lo alabe demasiado.
Si pide más, dele un poco más de todo, pero tampoco es necesario hacer una fiesta para celebrar la victoria.
Dele una merienda ligera entre comidas, por ejemplo, galletas y fruta con leche o agua.
Si está en la casa, la merienda debe comerla sentado y debe ser un rato agradable.
No le pida a Jimmy que se coma unos bocados más para complacer a mamá, a papá o a nadie más.
No invente ningún truco para que coma más.
No lo distraiga con la televisión ni con ninguna otra cosa para que coma más.
No le dé la comida si puede comer solo. Eso crea presión y le impide darse cuenta de cuándo tiene hambre y cuándo está satisfecho.
No vacíe el refrigerador tratando de encontrar una comida que le guste, pues la próxima vez querrá ver la misma exposición, que incluirá lo típico: pasta, pizza, perro caliente y sándwich de manteca de maní y jalea.
No le dé la comida media hora después si Jimmy cambia de idea. No está en el Hilton. La próxima comida debe ser la merienda dos horas después, tal y como estaba programado, aunque su cliente parezca un poco contrariado y le pegue al refrigerador, ante lo cual usted debe reaccionar como ante cualquier otro mal comportamiento [Ver: Disciplina y límites].
No le dé meriendas continuamente (galletas, papa frita, rollos de fruta, etc.), ni tampoco demasiado jugo ni leche. Si no, cuando sea la hora de la siguiente comida, Jimmy no entenderá por qué usted lo sienta delante de tal banquete si él no tiene hambre.
No le dé vitaminas para reemplazar los nutrientes que contienen las frutas y las verduras. A mucha comida envasada se le añaden vitaminas, incluso a la comida chatarra. Por eso, incluso si el niño no come muy bien, es poco probable que tenga deficiencia de vitaminas y no, no le aumentarán el apetito.
No le dé batidos de lata altos en calorías. No se los tomará y si se los toma, tendrá menos apetito para comer comida de verdad.
En resumen
Me entiende lo que le digo, ¿verdad? Si ve señales tempranas de majadería para comer, no tenga miedo de dejar a Jimmy pasar un poco de hambre. No insista, no le dé sugerencias, no lo soborne ni reemplace lo que no se coma por algo que quiera comer. No se va a morir de hambre por saltarse un par de comidas. El hambre es un buen incentivo para probar esas habichuelas tan feas y a lo mejor le gustan. Si se guía por este método, será una de esas madres o padres que se jactan diciendo: “mi niño se come cualquier cosa que le pongan delante”. No hay necesidad de explicar cómo lo logró.